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UNA VIDA ACELERADA



Las puertas automáticas de entrada a la sala de juegos del centro comercial se abrieron como era de esperarse, al acercarse los niños, dejando entrar también una bocanada de aire tibio. Los pequeños venían apurados saltando de máquina en máquina, mirando las pantallas y los componentes mecánicos de los juegos. Los adultos se dirigieron a la taquilla para conseguir fichas.
El gancho de la grúa de peluches estaba durmiendo plácidamente hasta que sintió un sutil corrientazo que lo llamaba a trabajar. Fue desplazándose en dos movimientos, primero adelante y luego al lado, y se descolgó para atrapar una pequeña pitufa de gorro alargado, rozando accidentalmente la oreja afelpada de otro muñeco, mucho más grande y de color negro opaco. Una mirada bastó para sentirse prendado. Intento ser poético y cortés, como era su modo:
-¿Cómo es que se va metiendo tan dentro de mí? Apenas la conozco y no me atrevo a chocar con esos hermosos ojos blancos. No es posible contener tal poder al enfrentar nuestras miradas: estamos que reventamos.
La Minnie gigante no se inmutó, manteniendo su mirada indiferente hacia el trasero de un muñeco estorboso que le quedaba en frente. El gancho, galán infalible, estudiaba la manera de acercarse a su objetivo. No pasó demasiado hasta que la niña que jugaba, lo dirigiera hacia la muñeca y él se lanzara a atraparla. Pero Minnie estaba  esquiva y no le permitió más que un acercamiento:
-Permíteme hacer un poema de una ratona, que diga que es la más bella, que nos lleve a entregarnos sin medida sin importar que yo soy de metal, porque de ternura, estoy hecho por dentro.
Pese a la dulzura de las palabras, la muñeca mantenía la rígida expresión de azafata, sonriente pero lejana. Entonces el gancho lo comprendió: la Minnie debía estar molesta porque él se acercó primero a la pitufa. Tenía que solucionarlo.
-Amada mía: no me interesa nadie más, y si intenté agarrarla fue porque se pareció tanto a ti que no lo pude evitar, pero nunca mi corazón se ha teñido de azul.
Otra moneda se deslizó por la ranura, dando otra oportunidad a la niña. Se sorprendió al ver cómo cogía con el gancho a la Minnie por el abdomen, en un cálido abrazo que no alcanzó a percibir. –Gané, gané –exclamó la niña con orgullo-.
La mecánica felicidad invadió toda la máquina caza-peluches. La música de victoria sonaba acompasada, mientras el gancho sentía la alegría desbordada de un amor que se consumaba. Pronto sintió la parca respuesta de Minnie en sus brazos.
-¿Por qué estás así? –preguntó el gancho-. Ya ni me miras y siendo el mismo me das la espalda. El tiempo ha abierto una brecha enorme entre nosotros, ya murieron las rosas en el huerto. Llega la hora que la cosa cambie y yo no me aguante. ¿Y lo que tú y yo planificamos?, preguntarás. No hay cura para un corazón roto, la indiferencia me consume poro a poro, y empezar de nuevo, mujer, no se puede, ya no se puede. 
Como si la canción hubiera cambiado su tonada a un canto mortuorio, el gancho fue acercándose con parsimonia a la esquina, su destino final. La niña gritó tanto de la emoción, que no alcanzó a escuchar un sollozo triste que se desprendía al paso que el gancho abría los brazos.
-Es el duro silencio que sucede al final. Qué tragedia que este amor terminará en amargura, desgarrando mis cables y dejándome en corto circuito: Esto a mí me hizo mucho daño.
-Es difícil volver a enamorarme así –continuó-, tan profunda y repentinamente, todavía sangra mi herida. Cuando el tiempo con su manto blanco me permita perdonarla y olvidarla, volveré a ilusionarme. No todo está perdido para mí, quiero una oportunidad, ya vendrá el momento.
El gancho se dirigió hasta su fría esquina, que volvió a encenderse cuando llegó la siguiente ficha.



Ésta historia nace de los amores idílicos que tenemos nosotros, los que nos armamos historias en la cabeza, y que nunca prosperan. Una particularidad es que fue escrito en el marco de un concurso por lo que tiene incrustadas 15 frases de canciones de un grupo de música tropical. ¿Son muy evidentes? Estaré esperando comentarios al respecto.