BORROSO
Con el objetivo de transformar escritos personales en historias que se puedan inferir, comienzo ésta serie. A veces los escritos son muy autorreferenciales. Espero que este no sea el caso.
Ay, qué dolor tener las mismas batallas todos los días: tener que ganarle en fuerza al cuerpo para que se levante, tener que enfrentarse al frío de la mañana sin armadura, correr más rápido que el tiempo y enfrentarse siempre a la página en blanco. Todo el esfuerzo y la satisfacción de haber vencido se vuelven futilidades cuando, un rato más tarde, todo vuelve a empezar porque otra vez se está acostado, sin bañar, tarde, en blanco.
Sistemáticamente se acumulan (o al menos se intentan acumular) cosas de todo tipo: propiedades, emociones, recuerdos al fin y al cabo, para sentir que hay algo y que no se empieza de cero cada día. No hay forma de evitarlo: las nuevas experiencias nos producen terror porque son un nuevo vacío que va a quedar. ¿Por qué entre más nos llenamos de ese algo, más vacíos nos sentimos? Por la naturaleza de ese algo. De lo que nos llenamos es de faltas o mejor, de huecos.
Debe haber algo absolutamente novedoso en las rayas del piso porque no dejamos de mirarlas ni con el pasar del tiempo y los kilómetros. O será que el otoño dibujó tristezas tan profundas en los árboles que ya no hay quien se atreva a mirarlos a las hojas. Es el miedo de que descubran la certeza de una oscuridad que se aproxima.
¿Dónde quedó la seguridad de que todo cambia según como lo veas? Ahora sólo se siente ésta sucia mañana, tan eterna e inmutable, seguida de días más sucios aún.
Pero la suciedad sólo se acumula en los lentes. Se necesita encontrar el líquido para limpiarlos y volver a ver los azules del cielo.