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EJERCICIOS DE BELLEZA





Sobre el escritorio del doctor, en una neverita como si de cervezas se tratara, había tres dedos. La dueña los cargaba a todas las citas que tenía, por más que el médico le había insistido en que no sería necesario. El doctor digitaba con dificultad algunas letras, acercando exageradamente los ojos al teclado. Eso no asombró a la joven que ya había venido varias veces a consulta, aunque sí sentía rabia, sin saber bien contra qué. El médico acababa de confirmar su diagnóstico, explicando que los dedos habían muerto y por eso se habían caído, seguramente por falta de movimiento. No había nada que hacer, salvo ejercitar a los demás dedos para evitar que el problema se extendiera. La joven comprendió la explicación que por demás ya le había sido dada por tantos otros especialistas, aunque esperaba que quizás, si los dedos se mantenían en hielo, los podría recuperar. Pero no había sido así. Se iba a quedar con tres dedos en la mano izquierda y cuatro en la derecha, a menos que empeorara. Lloró arrugando la cara con fuerza, sin consuelo, haciendo gestos de niño pequeño. Se tapó la cara con las manos lo que la enfrentó de nuevo a su desgracia: se le escapó un grito de llanto. 

El doctor la dejó tranquilizarse con toda la paciencia y seguridad que dan las personas de cierta edad. Luego, de forma disimulada le extendió unos pañuelitos desde la puerta, así que ella tuvo que levantarse para alcanzarlos. Era su manera de decir que tenía que atender a más personas, lo que fue inmediatamente comprendido por la muchacha. A pesar de no ser agraciada, salió del consultorio más fea que nunca.

Al principio no pensó que le afectara tanto. Cuando se le cayó el primer dedo, la única que lloró fue la mamá. Su voz en el teléfono era tan desconsoladora que la muchacha tuvo que hacer ruido con utensilios de cocina y le dijo que tenía que colgar. Estaba preocupada pero sin duda lo solucionaría en la clínica: con dinero no existen los límites.

Siguiendo el consejo médico se inscribió en un gimnasio a pesar de que los odiaba. Contrario a lo que imaginó muchas personas fueron amables, enseñándole a usar los aparatos y ayudándole con las cargas de trabajo. Era un gimnasio popular, concurrido por gente de una zona lujosa de la ciudad, lo que ayudó a que se sintiera acogida por una familia que no la rechazaba por no ser bonita, no ser inteligente y ni siquiera por no tener todos los dedos. En dos semanas estaba feliz y sentía el poder en sus manos.

Los que más se le acercaban eran hombres apuestos, con amplias sonrisas de complicidad que la hicieron sentir halagada. No pudo dejar de pensar que ahí encontraría el amor así que intentó mayores acercamientos. Todos resultaron en fracaso. Con una cordial sonrisa le decían que había confundido las cosas y que sería mejor dejar un espacio. Ni siquiera hubo quien, interesado en su fortuna, se animara a salir con ella.

Decepcionada, empezó a fijarse sistemáticamente en las personas a su alrededor. Había sido más estúpida que siempre al no notar que los bondadosos, eran fuertemente aplaudidos y recompensados por ser caritativos con quien lo necesitaba. Una mujer deforme como ella, los haría infinitamente populares.

Mientras caminaba a casa, la tristeza no la dejaba llorar. No volvería jamás a ese mundo de apariencias y sobre todo, cambiaría el modo de mirar a las personas. Se dejó invadir por las ganas de hacer. 

Hace un tiempo la encontraron contagiada de un virus letal que contrajo viviendo entre la gente humilde. Su cuerpo estaba rígido aunque mantenía una expresión en paz, con sus tersas manos blancas cruzadas sobre el pecho, adornadas por la fragilidad de sus diez hermosos dedos.



Este cuento se basó en la idea de generar una nueva enfermedad y su cura. Es una de las historias de ciencia ficción que más parece es pertenecer a la fantasía.