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CIENTÍFICA-MENTE

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Como sabía que la evaluaría desde lejos para decidir si abordarla, Fabiola prefería poner la cita donde decenas de personas esperaban en el anonimato. Ya habían pasado más de 15 minutos y aún nadie le hablaba. De momento no quedaba más que un hombre que miraba hacia la calle, bajo de estatura, pelo perfectamente alineado y con un anillo que tenía una esmeralda rectangular.

–¿SirGiovannoti93?– preguntó.
–Eh… sí… ¿Usted es GaviFresa? –mirándola con extrañeza y disgusto–. Esperaba que se pareciera más a su foto.
–Tampoco pareces un caballero –dijo ella intentando ser graciosa–. Siento no poner la foto actual... estoy como... rellenita.
–Claro, la foto real era muy pesada–le respondió-. Creí que estaba usando Tinder, no Faaatder.
–¿Pero quién se cree?– le dijo acercándose para golpearlo.
El hombrecito se alejó unos pasos y se quedó mirándola.
–¡Ay, tan brava! No se preocupe, que a usted no se la comen ni por etapas– le gritó mientras se retiraba.

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Los datos confirmaban que la investigación en la que trabajaban, había finalizado. Reunidos como si se tratara de recibir las notas de un trabajo, Fabiola y sus compañeros escuchaban los resultados de la medición más reciente. Lo sabían desde mucho antes, pero por protocolo se abrazaron: estaban haciendo historia. Sin embargo, todo el avance conseguido se quedaría en nada hasta que se probara en humanos. Para hacerlo legalmente faltaban años. La única solución era encontrar un caso de uso prolongado. A pesar de la alegría profesional, Fabiola parecía desanimada: estaba en un laberinto sin salida. Por fortuna tenía una forma práctica de disminuir su estrés: en el cajón del escritorio aún quedaban 3 rebanadas del ponqué de la semana. Pero justo al momento de llevarse la porción a la boca, la horrible imagen de la gente burlándose de su peso se encarnó en el miserable, cuya sonrisa antes le había parecido encantadora. Estaría mofándose de alguien más.

De forma inesperada, la suerte empezó a sonreírle a Fabiola: con su equipo tramitó la patente de su descubrimiento y en menos de un año lo convirtieron en una práctica pastilla de fácil consumo. Haber encontrado registros anónimos de la experimentación en humanos fue la clave. Alguien los había ayudado enormemente.

–Gracias. Gracias. Gracias –trataba de decir Fabiola mientras no cesaban los aplausos. Popularmente la gente llama a nuestro producto la "cura a la gordura" -la multitud aplaudió fuertemente-. No me canso de explicar que lo que logramos fue sintetizar la lipasa sensitiva, para controlar de forma efectiva, rápida y perdurable la acumulación de grasa y previene ese tipo de obesidad, SIN IMPORTAR la cantidad de comida que se ingiera -los aplausos se repetían con fervor-. Gracias… por favor. La buena noticia es doble: no sólo el producto está saliendo al mercado sino que, en agradecimiento a la gentil colaboración del pueblo italiano, he negociado a expensas de mis ganancias, para que se comercialice en este país solo al 25% de su precio a nivel mundial -el público estalló en júbilo, impidiendo que se escucharan las últimas palabras de Fabiola. Ella se alejó de la tarima con un caminar sensual, que resaltó la asombrosa delgadez de su figura.

..

Igual que todas las semanas, Fabiola se dirigió a la casa que tenía rentada -con las ganancias muy pronto sería suya-. Llevaba una bolsa rebosada de latas de comida para gatos. Una por una las destapó y las depositó en un contenedor automático. El fuerte olor la hizo retroceder un paso, pero pronto volvió a la labor. Al terminar fue hasta el sótano donde desembocaba el contenedor. Una pequeña figura humana, casi esquelética, se encontraba encadenada a una cama. La cadena de su mano derecha le permitía alcanzar el botón que activaba el contenedor. En su dedo anular brillaba un anillo con una esmeralda rectangular. Fabiola lo saludó como de costumbre, movió la cama unos metros y se dispuso a limpiarlo con dedicación. La figura no se resistió, sino que mantuvo la mirada en el horizonte. Fabiola no creía que él seguiría viviendo por mucho tiempo, pero se esforzaba en no sentirse responsable. Nunca había querido hacerle daño pero, en la investigación como en la vida, echando a perder se aprende. Quién iba a creer que en una cita a ciegas ella encontraría la solución a sus problemas.