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EN LA RULETA

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Todo fue risa y alcohol hasta que sentí el arma en mi mano. Pesaba más de lo que había imaginado. De cualquier forma iba a sentir la adrenalina, el éxtasis del momento cuando la incertidumbre lo borra todo con su flujo de emociones contradictorias. Siempre fui un entusiasta de las películas de terror, de los deportes extremos, siempre aceleré hasta el fondo confiando en el freno al final de la curva… Pero algo no parecía ir bien esa noche. Tal vez fue recordar las lejanas clases de estadística que me sugerían que las apuestas estaban en mi contra, tal vez fue un aroma que me hizo recordar otra noche accidentada o solo era que me estaba volviendo viejo. Lo que fuera, hacia que el cañón fuera un abismo largo y oscuro y que dejara de ser agradable ponerlo cerca de mi sien.

Laura me miró con pena o algo de tristeza u otro sentimiento de cuidado femenino que no pude reconocer, pero que interpreté como una súplica para que no lo hiciera. Con mi dedo en el gatillo, sentí que me arrepentiría y que sería la burla de los demás. No era para tanto.

Con esa decisión en mente, nunca supe por qué mi mano se negó a retirarse ni por qué el dedo ya no se sentía mío. Tres intentos de disparo, tres compartimentos sin cartucho y yo, solo escuché el accionar del arma. En el último instante sonreí, lo recuerdo bien, aunque no sé si sería como un adiós o una risita cobarde. Y el martillo golpeó contra el tambor. El cuarto estaba vacío.

¿Valió la pena arriesgarme en este juego? Mi vocación de fósforo me hace asentir sin duda alguna.