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EL MEJOR DE SU CLASE


Mucho tiempo sin publicar pero la escritura no se abandona. Empezamos un ciclo sobre la misma idea, que se estrella de ésta manera con el primer cuento.


Desde atrás de la puerta que conduce al salón, a través del vidrio, los ojos de Vittorio proyectan una mirada directa hacia la mano derecha del crítico quién, tenedor en mano, se dispone a pellizcar un pedacito de sus esperanzas. Con suave firmeza la mano corta el clafoutis, cuya corteza cede sin protestar, mientras a Vittorio le parece que todo el restaurante se congela y que el planeta gira únicamente en función de su pastel amarillo. 

Con un movimiento mecánico, Francisco el crítico lleva el tenedor hasta su boca. El bocado es imperceptible, así como es la degustación y el gesto del crítico en respuesta al sabor del clafoutis. Con una expresión facial neutra, Francisco el critico anota pocas palabras en una libreta que se mantuvo todo el tiempo sobre la mesa. El pastel brilla y a Vittorio le parece que lo mirara, mientras siente que la oleada de emoción no acaba.

Una por una, Vittorio seleccionó las ciento cuarenta y ocho cerezas para incluir en el postre. Como en la receta original del rustico pastel de Lemosín, se aseguró de que cada una de ellas conservara la semilla, para darle el sabor y la consistencia exactas. Qué disgusto se llevó en el momento en el que se dio cuenta de que, al momento justo que debía hacer la preparación, se habían acabado los huevos de campo. No es que no se pudiera hacer con huevos de criadero, sino que los ingredientes tenían que ser los mejores: en definitiva, no se podía hacer con huevos de criadero.

Con dedicación y esmero, supervisó la apertura de cada huevo dejando que su delicado olfato constatara la frescura en cada caso, y rechazando sin pudor en cualquier caso que llegara siquiera a sospechar. Vittorio realizó la mezcla con sus propias manos para tener la velocidad controlada y constante, y no permitió que hubiera ninguna otra persona que lo mirara, evitando hasta el difamado mal de ojo de la cocina.

Y ahí estaba. Cuatro días después de la crítica, de la insultante difamación contra su obra maestra, aún no se podía levantar para volver al trabajo. No le encontraba ningún sentido. Siempre se quejó en silencio del desperdicio de su talento en un restaurante de gama media, donde no iba a encontrar un paladar suficientemente fino que fuera capaz de detectar la sutil diferencia entre doce y trece minutos de cocción. Luego del veredicto, había comprendido que era él quien no merecía otra cosa que la vulgaridad: cocinar en masa para gente que apenas si reparaba en lo que se llevaba a la boca.

Su sueño se había acabado cuando se demostró que sus rivales tenían razón, que nunca fue un repostero tan brillante como creía. Lo único que había hecho era menospreciarlos por su falta de habilidad. Eso era precisamente lo que hacía un crítico. Tal vez si podría ser único, excepcional. Tal vez sí podía ser una súper estrella en el mundo culinario. Sería el mejor crítico de todos los tiempos. 

Con una pierna cruzada sobre la otra y la espalda recostada al sillón de su casa, Vittorio sentía que le estaba tomando revancha a la vida. Pronto empezó a publicar en varias revistas y disfrutaba cada vez más su trabajo. Por eso no le sorprendió que la más importante revista de críticos le dedicara un apartado. Lo que sí lo sorprendió fue ver que era escrito por Francisco el critico, quien había resumido su opinión, diciendo: "La crítica de Vittorio es tan floja, que lo prefiero de vuelta en la cocina". Vittorio arrugó la revista, y un suave olor a clafoutis pasado le llegó hasta la nariz.