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SI ME DEJAN

¡Lo logré! Pasé más de un mes sin publicar... ojalá ese hubiera sido mi reto porque ya lo habría conseguido. Para la revancha, una historia que intenta ser exactamente lo que es, como quien deja a un lado las sorpresas. Después de mucho trabajo, aquí con nosotros:



Mi estómago me hace así, diciéndome que jugué más de lo que debía, que corrí más de lo que podía, que contesté más de lo que sabía, que me pasé. Mi estómago me pasa una multa, me deja doblado, me retuerce.
En mis manos el envase del jugo se siente pegajoso. No sé si es por el sudor entre mis dedos, pero los punticos de mugre que salen del tarro me dejan una mancha en las palmas. Mientras más refriego más se esparce. De todas formas me tengo que tomar este fermento de mora porque mi garganta me lo pide, mis labios quebrados me lo suplican cayéndose a pedazos, primero como cueritos secos que cuelgan y me toca arrancar, luego, húmedos, se unen a la mancha en la boquilla del botilito®.

Igual me tenía que terminar el jugo. O regalarlo. Si no tuviera toda esta sed se lo regalaría a Bolívar o a Pardo. No me gusta el sabor amargo pero es peor el agua que sabe a baño. Tengo tanta sed que no me compraría ni una pizza si tuviera plata. No me compraría ni un sobre del mundial, ni gomitas, ni chiclets®, ni nada. Si me alcanzara para una gaseosa, deliciosísima, me la tomaría de una. Pardo se toma las gaseosas de una, sin respiros. Yo no puedo. Tampoco he intentado porque como que pasa derecho y no sabe a nada. Además viene la tos de cuando tomo sorbos muy largos. La misma tos de las noches (aunque mi abuelita dice que es otra con otro nombre diferente), la misma que me hace parar de correr aunque es más suave y definitivamente más suave que la del polvo. Me gustaría poder ir más a la biblioteca pero es que allá sí me da el ataque completo. Por eso mis papás no me dejan ir, ni subir al altillo.

Ahí vuelve mi estómago a opinar, a presionarme para que le diga a la profe que me dé una pastilla. Yo no tomo pastillas en el colegio. Me aguanto para que no vayan a creer que soy una niña. Casi siempre puedo aguantarme. Bueno, ya no tanto, pero la semana pasada no me vieron tomarme ni una pastilla porque me tocó quedarme un día en el hospital y el resto en la casa guardando reposo.

Desde aquí alcanzo a ver a todos los niños correr. La profe no me deja volver y todavía falta mucho rato para que se acabe el descanso. Es aburrido estar con los aburridos que no juegan. Hasta las niñas corren más que el pastuso que está a mi lado. Creo que la profe no me va a dejar volver hoy porque me dijo “más tardecito” y siempre que me dicen así, se termina haciendo demasiado tardecito. Yo le insistí como tres veces pero sigue diciendo lo mismo. Para mí que está asustada porque otra vez me recogió del piso después de que me estrellé con Gabriel y no me levanté rápido. De pronto me deja volver, pero más tardecito.

Lo único que puede empeorar es si empieza a llover. Cuando llueve mis papás no me dejan salir, y tampoco la profe. Aunque si llueve muy duro nos entran a todos y no tengo que seguir esperando. Cuando sea grande quiero ser muy saludable, como un jugador de baloncesto o de natación, alguien que nunca se enferme.

Este ha sido el descanso más largo de mi vida y todavía falta un montón para que se acabe.




¿Qué más se puede decir? Ah, sí: muy pocos comentarios (uno) vinieron para preguntar por la tardanza de escribir. ¿Por qué no me comentas qué te pareció ésta entrada y cada cuánto te gusta leer historias?