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SONREÍA

He realizado un par de ajustes en ésta historia que pretende tener una explosión de personajes sin que se hagan confusos. Para mí, se entiende. ¿Qué opinas tú, amiguito?



El ladrón miró su reloj con impaciencia, más por reflejo que realmente para saber la hora. El representante de la aerolínea tomaba demasiado tiempo en la explicación, por lo que él supo de inmediato que habían cancelado su vuelo para esa noche. Así era su país: le fallaba justo en ese momento.

                -No, sor Teresa, no creo que sea de acá. El pobre era el que más atención ponía pero fue el último en recibir el formulario. 

-Ya habrá tiempo de ofrecerle un refugio a los que queden. Navidad no es tiempo para pasarlo en un aeropuerto. 

-Exactamente -dijo sor Milagros-,  voy a pasar preguntando quién quiere venir al convento ahora que esperaremos hasta mañana. 

Sor Teresa se quedó llenando el formulario con los labios ligeramente apretados en una mueca de disgusto.

El alto joven al que se dirigía sor Milagros tenía cara de preocupación. O tal vez desprecio. Sor Milagros no había conseguido sacarle ni una palabra, ni una sonrisa. Ella siguió insistiendo, aunque cambió la estrategia:

-¿Me entiendes? -le preguntó amablemente mientras tomaba su mano como un gesto de cariño-.

El joven alejó su mano con tal velocidad que las manos de sor Milagros chocaron momentáneamente con su entrepierna. El joven endureció la mirada y la dejó fija en sus ojos, inquisitiva. 

-Cancel, cancel, flight cancel -añadió ella conmocionada-. You come me, cristmas, tomorrow flight.

Sor Teresa se acercó con sus pasos pequeñitos y apresurados. 

-Ya entregué el formulario. ¿Quiénes vienen con nosotros? -preguntó sin emoción-.

-La mayoría se está yendo y este muchacho aún no me ha entendido -respondió son Milagros-. ¿Vous parle François? ¿Português?

Sor Teresa señaló la salida con la mano derecha, mientras recomponía su cara con una sonrisa servicial e intentaba tomarlo por el brazo. Ésta vez el joven dio un paso atrás sin soltar su maleta, y abrió los ojos. ¿Estaría asustado?

  Estaba asustado. Sabía que algo andaba mal con el vuelo pero no podía entender lo que el hombre calvo de chaquetón azul, tal vez el encargado de la compañía aérea, decía. Con esa sonrisa falsa y por el bullicio que hacían los demás al oírlo, debía estar disculpándose. Disculpa. Esa palabra sí la había aprendido, porque en este país, todos se disculpan. ¡Estúpido! Por estar pensando en las palabras que había aprendido casi no se da cuenta de que todos se habían desbandado a coger un formato de la compañía aérea. Afortunadamente está en Inglés y no debe ser difícil de llenar. ¿Address? ¿Dónde había visto esa palabra antes?

La religiosa le hablaba demasiado fuerte, demasiado rápido. No entendía qué quería, pero no lo dejaba llenar el formulario. ¿Y si estuviera disfrazada y lo quisiera robar? Tenía algo en la mirada que… pero no. Era una señora. Se parecía a la señora que servía la comida en el colegio aunque no era tan fea.

-Déjalo. No quiere que lo ayudemos y tiene algo en la mirada que no me gusta. Que el señor me perdone, pero tiene cara de peligroso -dijo sor Teresa mientras se persignaba-.

-Es la fiesta de Dios: ¡todos son bienvenidos en su casa! Sólo debemos hacerle un dibujo o alguna cosa para que entienda –respondió sor Milagros-.

-Es suficiente, hermana. Ni siquiera le preguntó a los otros viajeros de tanto intentar con este: nos vamos.

Sor Milagros tuvo ganas de que a sor Teresa la mordiera un perro. Ese era el único mal que les deseaba a los demás, por furiosa que estuviera, porque los perros son criaturas del Señor así que, si pasaba, sería parte de sus designios. 

  El ladrón agarró la maleta de una monja, miró al joven, y se fue trotando como sin ganas. Sin pensarlo, el muchacho salió a perseguirlo: se lanzó sobre él derribándolo justo a los pies de un guardia de seguridad. Mientras lo esposaban, el ladrón sonreía. No pudo salir del país, pero al menos estará seguro por navidad, protegido de los que quieren lastimarlo. Después de todo su país no le había fallado. 

El joven sonreía. Ahora era un héroe para las religiosas quienes sin duda le ayudarán a llenar el formulario, y quizás hasta lo inviten a cenar, mientras sale el siguiente vuelo. No se puede negar la amabilidad de los católicos en Nochebuena.

Sor Milagros sonreía. Le encantaba que sus amantes fueran viajeros, y al fin podrá comprobar lo que dicen de los hombres negros. Ésta será su feliz navidad.



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