INTENCIONES

Era jueves en la noche. Sobre la banca en la que la gente usualmente espera el bus, unas monedas y un billete regados en la forma más desordenada llamaron mi atención, aunque debí fijarme más en el niño que estaba al lado. La costumbre me ha hecho ciego.
Me paré junto a él, pero antes incluso de estar a dos pasos de distancia, mi nariz me suplicaba alejarme. Como no fue la primera vez en la que hube de sacrificar mis sentidos en uno de mis arranques de pretendida humanidad, me pude concentrar en lo que hacía el niño. Menos de un minuto después, me preguntó: -¿Va pa’l portal? –Sí –contesté con seguridad. ¿Qué estás haciendo? –añadí– Recogiendo pa’ mis hermanos.
Tenían sus palabras la prevención de quien recuerda qué era lo que debía responder.
-Me refiero a las monedas –le aclaré–. ¿Cuánto hay aquí? Cuénteme éstas rapidito.
No voy a negar que mi primer pensamiento fue recordarle algo de modales. Me cuesta deshacerme de mis ínfulas de educador. Descarté la idea y a toda velocidad un nuevo pensamiento me señaló un nuevo rumbo: -¿Sabes contar? -Sí, pero me da pereza.
Pasó uno de esos larguísimos minutos de silencio. -¿Cómo te llamas? –Brayan.
Iba metiendo las monedas en una bolsa y trataba la plata con un desprendimiento que a nosotros (porque imagino que hay un grupo al que se le puede llamar así), nos parece descuido. El billete se voló y Brayan no hizo más que seguir su rumbo con la mirada. Mientras yo me apresuraba a pisarlo, tuve la impresión de que el niño esperaba que yo se lo trajera. Lo sentí apegado a mí, dependiente. No era consciente de que se veía muy vulnerable.
Noté que junto a la bolsa de las monedas Brayan tenía otra llena de dulces. Ese era su trabajo. Las bolsas que sostenía entre las piernas no alcanzaban a cubrir un gran descosido de su pantalón, a la altura de la entrepierna, que llegaba casi hasta sus rodillas.
-¿Por qué usas ese pantalón? -¿Cómo así? –Sí, está roto. -¿Está roto?... Sí. –Me sonrió ampliamente como quien es descubierto haciendo una pilatuna y agregó: -Igual no tengo más. –Yo sospechaba que había algo falso en sus palabras, como quien desea producir lástima. -¿Seguro? ¿Seguro que no tienes otro pantalón? – pregunté. –No… -Si pides, seguro alguien te da. Yo te daría uno si tuviera aquí –Mi espíritu endeble cae fácil en el asistencialismo que mi lengua y mi cerebro rechazan con tanta vehemencia.
-No, mentiras. Sí tengo otro –respondió, aunque sus palabras me sonaron más falsas que antes, y su sonrisa se volvía cada vez más pícara.
Mientras seguíamos esperando el bus, Brayan se metió los dedos a la boca. Intentaba sacarse algo que tenía entre los dientes con un palillo. La impresión de la suciedad junto a mi trauma de defensor de las buenas costumbres me intentaron convencer de lanzar un discurso correctivo. No lo lograron. A duras penas mencioné lo malo que era. Brayan no me puso atención. Estaba concentrado en la forma de persuadirme para que me subiera al bus que a él le servía, aunque a mí no. Si hubiera servido para algo, lo hubiera hecho sin duda. En el fondo yo también buscaba una excusa para irme con él, o tener algo que ofrecer para llevarlo conmigo. Me dijo que vivía con su mamá, y que ella no lo hacía trabajar, mentiras suficientes para calmar mi deseo salvador por un momento.
Al final nos separamos como lo que somos, dos extraños que se encontraron por casualidad. La impotencia se adueñó de mí, la rabia me hizo pensar en todas las alternativas que tuve para ayudarlo, para sacarlo de esa vida que es miserable desde mi punto de vista, y en lo profundamente decepcionado que terminé por no hacer nada. Soñé con hacer un centro para ayudar a los niños, para divertirlos, darles algo de alegría y cambiarles sus perspectivas de futuro. Como el plan se veía tan lejano, empecé a escribir estas palabras y luego las guardé, tal vez para siempre. Se nos acaban tan rápido las buenas intenciones.
Infortunadamente tengo que decir que ésta es una situación que viví personalmente así que, algunas faltas en la estructura obedecen básicamente a la conservación de la fidelidad de los hechos.
Infortunadamente tengo que decir que ésta es una situación que viví personalmente así que, algunas faltas en la estructura obedecen básicamente a la conservación de la fidelidad de los hechos.